«¡Quieto todo el mundo!». La orden del teniente coronel Antonio Tejero nada más irrumpir el Congreso de los Diputados, pistola en mano y al frente de un grupo de guardias civiles, todavía retumba en el recuerdo, pero ya no asusta a la democracia española. El 23 de febrero de 1981, sus señorías votaban la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. «¿Al suelo, todos al suelo!», chilló un guardia civil de amplio mostacho antes de que una ráfaga de metralleta provocase que los parlamentarios -salvo Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y el general Manuel Gutiérrez Mellado, ministro de Defensa- se escondieran bajo sus escaños.
Gutiérrez Mellado saltó de su asiento y se enfrentó a los golpistas: «¿Déme esa pistola y salga inmediatamente de aquí!», ordenó a Tejero. Varios guardias le interceptaron el paso, le agarraron de las solapas y, en su persona, trataron de tumbar el régimen democrático. Solo Suárez salió en su ayuda; el olor a pólvora de las 37 balas percutidas llenó el salón e hizo temer a muchos que morirían acribillados. Aquel fue el primer acto de una crisis que tuvo en vilo a España entera durante 17 horas. Comenzaba la noche más larga de la democracia.
Veinticinco años después, el 23-F no tiene demasiados misterios para los estudiosos. El alto mando militar, formado por generales franquistas, veía en la Constitución una traición a los ideales defendidos por el ejército en la guerra civil. ETA había asesinado en 1980 a 91 personas, con especial ensañamiento en las Fuerzas Armadas, y los generales no aceptaban la amnistía política; tampoco habían digerido la legalización del PCE y estaban obsesionados con el proceso autonómico, que veían como un riesgo para la unidad de España. En los círculos de oficiales se exigía la vuelta al orden y a la mano dura sin perder tiempo. Y no lo perdieron.
'Operación Galaxia'
La conspiración empezó meses después de morir Franco y se intensificó en 1977 cuando el Rey sustituyó a Arias Navarro por Suárez al frente del Gobierno. Su política desató una tormenta en los cuarteles y en septiembre de ese año, el almirante Pita da Veiga y los generales De Santiago, Milans del Bosch, Coloma Gallegos y otros se reunieron en Játiva para pergeñar el primer intento serio de golpe que no llegó a producirse, pero creó el caldo de cultivo para futuras intentonas.
El 16 de noviembre de 1978, días antes de ser aprobada la Constitución, los servicios secretos desarticularon la 'operación Galaxia', con la que Tejero y el capitán Sáenz de Ynestrillas pretendían dar un golpe al día siguiente, aprovechando que el Rey estaba en México. Fueron condenados a penas mínimas de siete y seis meses de cárcel. Inexplicablemente, conservaron sus galones y el segundo fue incluso ascendido a comandante.
El ruido de sables no cesó y los sucesos se precipitaron en 1981. El 10 de enero, el general Armada se reunió en Valencia con Miláns del Bosch. Días después, Suárez dimitió y los golpistas llegaron a la convicción de que el Rey apoyaría la formación de un Gobierno de 'salvación nacional' presidido por un militar.
Tejero recibió el 16 de febrero el visto bueno de Milans para asaltar el Congreso contra el criterio de Armada, que quería esperar porque se preparaba un pronunciamiento de mayor calado para mayo, al parecer apoyado por capitanes generales.
«¡Ya pueden levantarse!», gritó Tejero a los parlamentarios cuando se sintió amo del Congreso. Entonces, entró el capitán Jesús Muñecas, que avisó desde la tribuna de que pronto llegaría «la autoridad competente, militar por supuesto». La tensión se agravó cuando Tejero hizo sacar del hemiciclo a Suárez, Gutiérrez Mellado, Felipe González, Alfonso Guerra y Agustín Rodríguez Sahagún. Casi todos creyeron que no volverían a verles. Pero se equivocaron.
El 23-F, uno de los momentos de mayor riesgo para la democracia española, hoy apenas es un motivo de estudio para curiosos. Los generales de hoy consideran «imposible» que se repita, a pesar de manifestaciones como las que hizo en la última Pascua Militar el general Mena contra la reforma del Estatuto catalán. Muchos de los principales protagonistas del 23-F, como el general Milans del Bosch, han muerto. Otros que podrían aclarar algunos de sus puntos oscuros, como el teniente coronel Antonio Tejero y el general Alfonso Armada, viven enclaustrados y guardan silencio; el primero, en la Costa del Sol y el segundo, en un pazo cercano a Santiago de Compostela.