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«Niños agenda» o cuando «los padres sustituyen el abrazo por una Play Station»
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Una treintena de padres asturianos ha denunciado a sus hijos por maltrato este año. General Oviedo
«Miguel, sus dos hermanos y sus padres, profesionales liberales de clase alta, vivían en una urbanización a las afueras de Oviedo con lo que ellos creían que eran las broncas típicas de una familia típica. Hasta que Miguel cumplió 16 años y las riñas empezaron a subir de tono. Dejó de estudiar y abandonó el equipo de fútbol. Se pasaba hasta las tantas jugando con la consola, dormía toda la mañana y, ya por la tarde, salía con sus amigos a deambular por ahí. Se negaba a hacer nada más. Después, empezó a fumar porros y a pedir más dinero. Cada vez que su madre se lo negaba, llegaban los insultos y los empujones. Pequeñas cantidades empezaron a desaparecer en casa. Hasta que un día cogió la tarjeta de crédito de sus padres y sacó 500 euros. Lo siguiente fue arremeter a puñetazos y patadas contra su madre. Ella denunció. El juez impuso una medida de libertad vigilada y el alejamiento de su familia. Miguel tuvo que marcharse a vivir con una tía a Madrid».
El relato de Ángel Rey es el expediente de una de las familias que la Consejería de Justicia ha remitido recientemente a la Asociación Trama. El equipo de la ONG trabaja ahora en la inserción familiar y social de Miguel, una tarea que no hubieran tenido que hacer, según Rey, «si la educación del niño no hubiese fallado en un momento determinado». «A un niño hay que decirle "no", y cuando es "no", es "no"». Ésa es la fórmula, simple, dice, para empezar a marcar unas normas que no pueden ser traspasadas.
La prevención, coinciden los expertos, es clave y ha de hacerse «mucho antes de que empiecen las conductas delictivas».
Es en la segunda infancia, a partir de los 6 años, sostiene Vicente Garrido, cuando ya se pueden detectar los primeros síntomas de lo que luego se convertirá en violencia pura y dura: «Estos niños tienen algunos rasgos de psicópatas, como la impulsividad o la incapacidad para sentirse culpables y mostrar arrepentimiento. También son incapaces de aprender de los errores y de los castigos, debido a su gran egocentrismo, y presentan conductas habituales de desafío, mentiras e incluso actos crueles hacia hermanos y amigos». Amaia Bravo habla de «niños agenda» arrinconados por la falta de tiempo de sus padres y convertidos en déspotas «hedonistas» y «nihilistas». Rey afirma que «no se pueden sustituir los abrazos por una Play Station».
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«Le rompí el labio a mi madre
porque no me planchó una camisa»
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Oviedo,
Azahara VILLACORTA
«Llegan madres completamente desesperadas, llorando y diciéndonos que
ya no pueden con ellos. Y eso ocurre cuando ya no soportan más la
situación, porque la primera reacción es ocultarlo, negar que están
siendo víctimas de la violencia de sus propios hijos. Hay casos como
el de un menor que le rompió el labio a su madre "porque la muy hija
de puta", dijo, se negó a plancharle la camisa que quería ponerse esa
noche para salir». Lo cuenta Ángel Rey, coordinador de Trama, una
asociación sin ánimo de lucro por la que pasa la mayoría de los
adolescentes denunciados por sus padres por malos tratos en el
Principado.
Son los llamados «hijos tiranos», los protagonistas del síndrome del
Emperador, un fenómeno social que se extiende, reconoce Rey, y,
aunque nadie se atreve a ponerle número, el fiscal coordinador de
menores de Asturias, Jorge Fernández Caldevilla, aporta un dato: «El
año pasado, en la región se abrieron 24 expedientes por violencia
doméstica y de género protagonizados por menores». Fernández
Caldevilla reconoce, a falta del balance de este 2007 que concluye,
que pueden sobrepasar los treinta. Pero los casos que se denuncian
representan únicamente, según los expertos consultados, el diez por
ciento del total, así que, según uno de estos especialistas, «la
cifra real podría aproximarse a los 300 casos de maltrato en el
Principado al año».
No extraña si se tiene en cuenta que en 2006 se contabilizaron en
España alrededor de 6.000 denuncias, lo que significa que más de
6.000 adolescentes roban, zarandean, empujan, vejan, humillan, roban,
insultan, intimidan o amenazan a sus padres, algunos incluso de
muerte. Los torturan. Sin son chicas, optan más por la tortura
psicológica; si son chicos, por el castigo físico.
Cuando la violencia llega a la Comisaría o los Juzgados, la mayoría
de los agresores tiene entre 15 y 17 años, aunque por el centro de
menores dirigido por Rey en Oviedo ya han pasado pequeños
maltratadores de 12 convertidos en auténticos tiranos que tienen
aterrorizada a toda la familia.
La última alarma saltó en la región el pasado día 20, cuando una
gijonesa requirió ayuda policial después de que sus hijos, un chico
de 17 y su hermana de 14, se negasen a ir a clase. Un golpe del joven
a su madre provocó que la fiscalía de menores abriese diligencias
contra el menor. Era la culminación de una dolorosa historia de
encontronazos que se remontaba tiempo atrás.
«Todos los día me escriben o me llaman padres atemorizados como lo
estaría esa madre por la violencia que recibe de sus hijos», explica
Vicente Garrido, profesor de la Universidad de Valencia, consultor de
Naciones Unidas y uno de los investigadores que más ha rastreado en
las raíces del maltrato familiar. Autor de dos libros de referencia
para muchos padres que sufren este problema -«Los hijos tiranos. El
síndrome del Emperador» y «Antes que sea tarde, cómo prevenir la
tiranía de los niños»- es el representante de una de las dos teorías
mayoritarias para explicar cómo un joven llega a convertirse en un
dictador dentro de casa: la primera pone el acento en la mala
educación recibida y unos padres que compensan la falta de tiempo con
una permisividad excesiva, la segunda, en los rasgos psicológicos de
los menores, en la predisposición genética.
En esta línea, Garrido sostiene que «estos niños no son el producto
de la permisividad de los padres. Se trata de una cuestión del
temperamento con el que nacen, una cualidad de su forma de ser
innata. Un niño malcriado puede ser un golfo, pero no ejercerá la
amenaza, extorsión y violencia crónicas que son características del
síndrome del Emperador». Son, defiende, pequeños con tres
características fundamentales: poca capacidad afectiva, bajo sentido
de la contención y un deseo muy persistente por obtener sus
propósitos, es decir, una hiperfocalización en sus propias metas
egocéntricas, que hace que todo lo que las obstaculice sea motivo de
ira para él.
La profesora de Psicología de la Facultad de Psicología de la
Universidad de Oviedo Amaia Bravo, especialista también en este tipo
de maltrato, pone el acento, en cambio, sobre los patrones educativos
y culturales que rodean a los agresores, «chavales que no tienen
ninguna tolerancia a la frustración, que están acostumbrados a
conseguir lo que quieren muy rápidamente y que tienen una gran falta
de habilidades para resolver conflictos». Son, según Amaia Bravo, los
hijos del «quiero esto y lo quiero ya».
Es tremendo José Ramón. Y dicen que cada vez existen más y más casos por la ausencia de límites. No me sorprende que los profesores se quejen tanto en los institutos.