«En 2002, circunstancias personales le llevan a dejar la música y se dedica exclusivamente a la pintura sin intención profesional», se lee en la biografía entregada por su asistente. Sospecho que esas circunstancias están relacionadas con las decenas de archivadores apilados detrás del sofá negro donde estamos sentados. En ellos, la inscripción «Divorcio JMC [José María Cano]».
–No sabía que hubiera estado casado...
–Tomé la decisión de casarme para que Dani no fuera hijo de una madre soltera, pero todo lo bueno que hice, a ella le dio armas para pedir el divorcio sin previo aviso y tenerme en el juzgado casi tres años (desde 2002 a 2005). Ahora, gracias a Dios, tengo la custodia compartida y eso me protege de que la madre de mi hijo me siga amargando la vida. Durante el juicio de la custodia pasé por situaciones angustiosísimas.
–¿Qué tipo de situaciones?
–Cuando la estaba interrogando el juez, ella llegó a acusarme de pegarla en más de 10 ocasiones y violarla en varias.
–¿Sin pruebas?
–Antes muerto que ponerle la mano encima a alguien. En la sentencia los jueces ni siquiera reflejaron sus aseveraciones. Dani empezó a decir que quería vivir conmigo, yo solicité la custodia, y a partir de ese momento, en las medidas cautelares y «por la seguridad» de mi hijo –según ella–, su madre hizo que yo sólo pudiera verle en presencia de dos supervisores. Durante varios meses les tuve pegados a mí, aunque, paradójicamente, al final terminaron declarando a mi favor.
–Pensaba que estas cosas sólo sucedían en las teleseries norteamericanas...
–Cualquier padre que solicite la custodia compartida es susceptible de ser acusado de malos tratos, como me ocurrió a mí. Tuve la fortuna de que esto ocurrió en el contexto del divorcio en el que se estaba revisando mi vida minuciosamente, y por ello las acusaciones no resultaron creíbles. La concesión de la custodia compartida no puede depender legalmente de que la relación entre los padres sea buena o mala, como ocurre ahora. De seguir a así, esa consideración es una incitación a las falsas acusaciones de malos tratos.
–¿No recurrió antes a algún mediador familiar?
–En Inglaterra, cuando uno de los cónyuges no tiene ingresos, obligan al otro a pagar ambos abogados desde el primer día. Me vi vapuleado por la abogada más agresiva de Inglaterra [Fiona Shackleton, conocida como «la magnolia de acero» y contratada también por Paul McCartney, Carlos de Inglaterra o Norman Foster], a la que tuve que pagar desde el primer momento, aunque representaba a la parte contraria. Para colmo, no tuve de posibilidad de encontrar una salida negociada. La madre de mi hijo estaba en España, pero vino a Londres para que su divorcio fuera más rentable.
–¿Y a cuánto ascendió el sablazo, si puede saberse?
–Lo que tú puedas imaginar, pero multiplicado por 10.
–¿La pintura como terapia?
–Me aparté de la música porque es multiplicadora de sentimientos, y empecé a pintar las cartas del proceso de divorcio. Me las enviaban para agredirme y amedrentarme, y el hecho de que yo mismo las pintara y las colgara en la pared, de alguna forma invertía ese proceso: el monstruo no era yo, sino quienes las habían escrito. Paralelamente, pinté cuadros sobre la guerra de Irak, un conflicto económico donde sufren los niños.
–¿El exorcismo pictórico se lo sugirió su psiquiatra?
–No, nunca he ido al psicólogo ni al psiquiatra. Salió de mí; he aprendido desde niño a utilizar el arte como mecanismo de expresión.