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Agresion policial

144 Comentarios
Viendo 1 - 20 de 144 comentarios
12/08/2009 18:22
Yo sé a quien se refería Azgz ;)
12/08/2009 13:49
a ver si llegamos a las 150 respuestas, que no me soprenderia.
11/08/2009 21:26
¿ al amigo negro de obama te referias ?

dudaba de si me estaba desviando mucho del post iniicial
pero no
el post se inicia por un protocolo tonto de la policia
11/08/2009 21:12
...no me refería a Obama precisamente.
11/08/2009 21:07
pues entonces se trata de protocolos TONTOS.y no llames tontolaba a obama;es mi idolo
protocolos tontos como el que se ha dado aqui con los policias que engrilletaron a unos politicos como JAMAS he visto esposados ni a terroristas,a pesar de que recibieron la orden de ser tratados con respeto .a los demas PRESUNTOS delicuentes no se da esa orden,que les por el culo.
pero claro los polis dirian "perdone que no lo hagamos como usted nos pide pero es que aqui seguimos protocolos tontos y lo aplicamos a todos"
a todos menos a los socialistas.¿vimos a barrionuevo o a vera engrilletados y era por delitos mucho mas graves?claro que no.eran socialistas

si un dia me esposaran como a estos politicos
te aseguro no que les denunciaria sino que buscaba al poli engrilletador para degollarlo.
por mis muertos.

es aberrante y canalla el trato que le han dado y quien lo dice no es precisamente un simpaticante del pp.pero es que un presunto delicuente lo normal es que no salga en tv y ademas puede ocultar su rostro pero un personaje publico es inutil ocultar su cara y ademas por ese metodo canalla ni siquiera podian ocultar los grilletes


¿nos vamos desviando del post primigenio?


11/08/2009 18:21
Según tengo entendido el agente actúo de acuerdo a los protocolos que tienen establecidos y por lo tanto correctamente,no creo que de otra manera todo un presidente de gobierno, y más el de EEUU hubiese perdido perdón, TONTOLABA.


10/08/2009 23:14
es cierto azgz,aqui a los policias tontos no se les piden perdon por llamarlos TONTOS.
10/08/2009 16:20
... y luego tuvo que rectificar públicamente e invitarle a una cerveza. Igualico, igualico que aquí.
10/08/2009 11:26
...president Obama said " police officer acted stupidly "
09/08/2009 14:53
Querido Craxo, completamente de acuerdo en que con la experiencia se manejan mejor las situaciones, en cualquier profesión. Pero no de acuerdo en que un policía experimentado no viva la patrulla con tensión, eso, en todo caso, dependerá del policía en cuestión. Sucede que un policía veterano aprende a interiorizar la tensión, a que no se le note el nerviosismo, a controlar sus impulsos... pero la procesión va por dentro.

Es sabido por quienes conocen el mundillo que los policías veteranos piden destinos buracráticos o técnicos porque sencillamente ya no soportan más vivir la tensión del servicio de seguridad ciudadana, y quierend destinos tranquilos, de hecho, suelen ser los novatos los que están en la calle, por eso ve usted en la calle a tantos policías jóvenes y a los veteranos en las oficinas de recepción de denuncias. Son los novatos quienes se enfrentan con más empeño a las sitaciones conflictivas y los que nunca se demoran en acudir a una llamada, tal vez no sepan manejar del todo bien las situaciones tensas, pero al contrario que los veteranos, no las rehuyen.

La tasa de suicidios en los cuerpos policiales, perpetrados normalmente por agentes con experiencia, es abrumadora, quintuplica la media nacional de cualquier otra profesión.
Son personas enfrentadas durante años a la tensión, a la violencia, a turnos cambiantes, a un trabajo absorvente que demasiadas veces conduce a la fractura familiar; expuestos a la crítica y la fiscalización constante desde múltiples frentes y a la imcomprensión de una sociedad que no agredece sus sacrificios y siempre se muestra dispuesta a prejuzgarles negativamente.

Un cordial saludo.
09/08/2009 13:40
No estoy de acuerdo palej la situaciones que a alguien le pueden parecer violentas y complicadas a otro con mas años de experiencia le pueden parecer un juego de niños.
El veterano que le tranquiliza al doctor habría visto muchas mas veces que el doctor esas circunstancias y por eso le tranquiliza por que sabe enfrentarse a esa situación.
Pasa en todas las profesiones al principio puede parecer que te supera pero con el tiempo lo vas encontrando las situaciones complicadas mas sencillas y sabes como reaccionar con antelación a la situación.

Supongo que un policía con quince años de experiencia sabrá la mayoría de las veces de que pie cojea cada uno
Y así no tener que vivir en tensión toda el tiempo de patrulla.

Por eso me hace gracia lo que se ve últimamente en España grupitos de policías con toda la pinta de haber salido de la academia hace cuatro días que lo hacen todo como dicta el reglamento pero sin aplicar el sentido común para solucionar problemas.

09/08/2009 00:49
Si bien es cierto que no estamos en EEUU, y que siga asi, el texto que paleg escribio, descafeinandolo en la parte de las armas, bien podriamos aplicarlo a nuestro pais, aunque con la delincuencia de importacion que tenemos mejor que no nos durmamos.
Por cierto, ya me imagine que no me entendio, por eso antes de poner el grito en el cielo, tratede volver a aclararlo ;)
09/08/2009 00:47
Todo lo que cuenta el profesor Kirkham es perfectamente extrapolable a cualquier sociedad democrática occidental.
La percepción sobre los policias y el trabajo policial por parte del mundo intelectual es la misma, y las cosas que suceden a los policías en el día a día, idénticas. Cualquier policía se lo puede corroborar.
Las situaciones violentas que sin pretenderlo viven los policías cuando únicamente buscan el imperio de la paz y de la ley, conducen con la repetición y el transcurso del tiempo a que los policias terminen reaccionando desaforadamente en algunas situaciones, tal y como le sucedio a "doc" Kirkham, y eso pasa allí, y pasa aquí. Solamente se trata de comprender el porqué sucede esto y cual es el detonante de tales racciones.

Saludos.
08/08/2009 22:00
Paleg con todos mis respetos España no es EE.UU. de momento y espero por el bien de todos que nunca lo sea.

08/08/2009 21:44
UN CORAZON HUMANO BAJO EL UNIFORME

Pese a toda la miseria y todo el sufrimiento humano con que los policías tienen que rozarse durante su trabajo, me sorprendía el increíble sentido humano y la sensibilidad que parecen caracterizar a la mayoría de ellos. Repetidas veces hube de renunciar a la imagen estereotipada que me había hecho del “poli” brutal y sádico, al ver el sentido de fraternidad humana que puede mostrar la policía: Así aquel joven policía practicando el boca a boca en una piltrafa humana cubierta de suciedad; O aquel policía de cabello gris que parecía confuso cuando descubrí las bolsas de caramelos que llevaba en el cofre de su automóvil para niños pobres en los “ghettos”, para quienes era una especie de Papá Noel; o aquel otro que daba dinero de su bolsillo a una familia hambrienta y desprovista de todo recurso, a la que seguramente no volvería a ver; o, en fin, ese otro policía que fuera de sus horas de servicio visitaba a unos padres inquietos para hablarles de su hijo o de su hija, que atravesaba una crisis.

Como policía, me asombraba muchas veces al ver cómo mis colegas podían resistir a las previsiones cotidianas, a menudo intensas, que les imponía su trabajo. Lo prolongado de los servicios, los fracasos, el peligro y la tensión, todo ello parecía aceptado, como si formara parte, naturalmente de la realidad del trabajo profesional.

Termin6 por hacer el descubrimiento. que incita a la modestia, de que lo mismo que los colegas con los que trabajaba, yo no era sino un ser humano, cuyos límites vienen fijados por la cantidad de tensión que puedo soportar en un tiempo dado

Recuerdo en particular una tarde en que esto se me reveló de manera notable. La jornada había sido larga y difícil, había terminado con la persecución a gran velocidad de un automóvil robado. Habíamos estado a un pelo del accidente grave en un momento en que otro vehículo había venido a interponerse ante nuestro auto-patrulla. Terminado el trabajo, yo tenía vagamente conciencia de estar muy cansado y en tensión. Mi colega y yo caminábamos hacía un restaurante, para tomar un poco de alimento, cuando ambos oímos un ruido de vidrios rotos que venía de una iglesia, y vimos a dos muchachos de cabello largo que huían. Les interpelamos y pedí a uno de ellos su documentación, al mismo tiempo que le enseñaba mi tarjeta de policía. Se rió de mí en mis narices, lanzó una palabra grosera e hizo ademán de irse, Inmediatamente le agarré por la camisa y le hice dar media vuelta, gritando: “¡A ti te hablo.! animal:” Sentí, la mano de mi colega en mi hombro y detrás de mí su voz sosegada que me decía: “¡Calma, Doctor!”. Solté al adolescente y durante algunos segundos no abrí la boca, incapaz de aceptar la evidencia de que había perdido mi sangre fría. Como un relámpago, me atravesó el recuerdo de una lección en la cual había dicho a mis alumnos: “Quien es incapaz de dominar enteramente sus emociones en todas las circunstancias no tiene nada que hacer en la policía”. A la sazón estaba encargado de dirigir un estudio sobre las relaciones humanas, para enseñar a los policías la técnica del dominio de las emociones. ¡Y ahora un policía se veía obligado a decirme a mí, experto en “dominio de emociones”, que me calmara. !’
08/08/2009 21:44
UNA PRUEBA COMPLEJA

Yo, que había considerado siempre a los policías como una banda de “paranoicos”, descubrí, en medio de la violencia a la que asistía todos los días, que un buen policía debe vivir en estado de desconfianza perpetua si quiere regresar a su casa todos los días. Como tantos otros policías, a fuerza de verme expuesto todos los días a la criminalidad de la calle, llegue pronto a llevar un arma prácticamente todo el tiempo fuera de las horas de servicio. Empecé a observar con atención a todas las personas y todos los objetos que me rodeaban, pues las cosas empezaban a adquirir una nueva significación: así, una puerta abierta, un individuo vagando por una calle oscura, una placa de matrícula trasera cubierta de barro. Según mi familia, mis amigos y mis colegas de la docencia, mi personalidad empezó a modificarse lentamente, a medida que mi carrera de policía progresaba.

Así como antaño, en compañía de otros intelectuales, me inclinaba fácilmente al sarcasmo al hablar de los policías, ahora me volvía sumamente susceptible cuando se hacían en mi presencia ese tipo de observaciones, y varias veces me lancé a apasionadas discusiones a este respecto.

Al ser policía yo mismo, me pareció que la sociedad exige demasiado de sus funcionarios de la policía: les pide no sólo que hagan respetar la ley, sino también que sean simultáneamente psiquiatras, consejeros conyugales, trabajadores sociales e incluso sacerdotes y médicos. Descubrí que un buen policía de la calle reúne, en su trabajo cotidiano, un poco de cada una de esas profesiones complejas y de muchas más todavía. No es normal, en verdad, pedir tanto a los policías; sin embargo es preciso, ya que no hay nadie más a quien podamos dirigirnos para pedir ayuda en el tipo de crisis y problemas de que ha de ocuparse el policía. Nadie sino el quiere aconsejar a una familia y ayudarla a resolver sus problemas a las tres de la madrugada del domingo, nadie sino él quiere penetrar en un inmueble no alumbrado después de que ha sido visitado por los ladrones; nadie sino él está dispuesto a hacer frente a un ladrón o a un loco “armado” nadie sino él quiere mirar cara a cara la pobreza, la enfermedad y la tragedia humana, día tras día, para recoger los trozos de vidas rotas.

Muchas veces me hice las preguntas siguientes, cuando era policía:

¿Por qué se hace uno policía?”. “¿Por qué permanece uno en la profesión?” La respuesta no está ciertamente en la falta de consideración de que es uno víctima, ni en las restricciones legales, que hacen el oficio cada vez más puro, ni en la duración de los horarios, ni en los bajos sueldos, ni en el peligro de ser muerto o herido al tratar de proteger a personas que muchas veces ni siquiera parecen agradecerlo.

La única respuesta que he podido encontrar a esta pregunta se basa en mi propia experiencia de policía que es limitada. Cada noche volvía a casa y me quitaba la insignia y el uniforme azul con un sentimiento de satisfacción y el convencimiento de haber aportado una contribución a la sociedad. No he experimentado este sentimiento en ninguna otra profesión. En cierto modo, este sentimiento parece que permite soportar la falta de consideración, el peligro.
08/08/2009 21:44
UNA ENSEÑANZA PRECIOSA

Durante demasiado tiempo, los profesores de los establecimientos de enseñanza secundarios y superiores estadounidenses hemos inculcado discretamente a los jóvenes la idea de que ser policía es algo malo. Ya es hora de que esta situación cese. Esto es lo que me vi obligado a admitir una tarde, no hace mucho. Acababa de terminar mi servicio de policía y tuve que precipitarme a la Universidad para una clase vespertina, sin tiempo para quitarme el uniforme. Al precipitarme a mi despacho para tomar unas notas, vi que el rostro de mí secretario se alargaba a la vista del uniforme. “Pero Doctor Kirham, ¿no irá a dar su clase vestido así?” Quedé confuso un momento, y comprendí de pronto que si hubiera aparecido ante mis estudiantes con barba o cabello largo no habría tenido necesidad de disculparme. Los partidarios del amor libre y los revolucionarios predicadores del odio no se disculpan por pertenecer a esos movimientos. ¿Por qué habría de hacerlo alguien cuyo aspecto físico simboliza un compromiso de servir a la sociedad y protegerla? “¿Por qué no? Repliqué con una sonrisa. Estoy orgulloso de ser un poli”; Reuní mis notas y fui a dar clase.

Terminare este artículo diciendo que quisiera que otros educadores se tomaran el trabajo de examinar algunos de los problemas del policía antes de apresurarse a condenarle y a juzgarle. Todos conocemos el viejo proverbio según el cual debemos abstenemos de juzgar a alguien antes de haber recorrido al menos un kilómetro con sus zapatos. Evidentemente, yo no he podido recorrer ese kilómetro como policía principiante, con seis meses justos de experiencia. Pero al menos me he probado los zapatos y he dado algunos pasos difíciles con ellos, Esos pocos pasos me han dado una comprensión y un juicio de nuestra policía radicalmente nuevos, y he tenido que admitir con toda modestia que la posesión de un doctorado no abre todos los conocimientos ni pone a su titular en una posición Superior en la que no pueda recibir lecciones de personas menos instruidas que él.

SALUDOS
08/08/2009 21:43
UN PUNTO DE VISTA DIFERENTE

El mismo tipo de tensión cotidiana que aquejaba a colegas empezó pronto a roerme, Estaba harto de verme insultado y atacado por malhechores, que, en general, encontrarían un auditorio muy comprensivo en los jueces y los jurados, dispuestos a comprender su punto de vista y a concederles una “segunda oportunidad”, Estaba harto de vivir bajo la amenaza de esa espada de Damocles que son la prensa y los grupos de presión, dispuestos a hacerse lenguas de la más ligera falta cometida por mí o por uno de mis colegas Policías,

Como profesor de criminología, había tenido siempre un lujo a mi alcance: el de disponer de tiempo sobrado para tomar decisiones difíciles, Pero como policía, me veía obligado a tomar las decisiones más críticas en un lapso de segundos, y no de algunos días, por ejemplo, para decidir si debía disparar o no, arrestar o no a una persona perseguirla o dejarla escapar; y siempre con la molesta certeza de que otros, los que disponen de mucho tiempo para analizar y pensar, estaban dispuestos a juzgarme y condenarme por lo que hiciera o lo que no hiciera. Me veía obligado no sólo a vivir una vida hecha de segundos y de adrenalina, sino también a tratar de problemas humanos más difíciles que todos los que me habían salido al paso en el transcurso de mis actividades penitenciarias y psiquiátricas,

Las disputas familiares, la enfermedad mental, las multitudes que llevan en germen situaciones explosivas, los individuos peligrosos, todo ello me aterraba cada vez mas por la complejidad de las funciones de unos hombres cuyo trabajo me había parecido antaño relativamente sencillo lo que yo quisiera es pedir al psicólogo o al psiquiatra medio que trabajaran un día solamente como policías y que trataran a personas con problemas que además de ser graves, requieren una solución inmediata. Les invitaría a penetrar como yo he hecho, en una sala de apuestas llena de humo de cigarros, en la que cinco o seis hombres coléricos se injurian.

Quisiera que el consejero de prisiones o el encargado de la libertad bajo palabra vieran a su cliente no en la calma del despacho, sino como le ve el policía callejero, zurrando a su hijo pequeño con un cinturón de pesa de hebilla o dando patadas a su mujer en cinta. Quisiera que el y todos los jueces y jurados de nuestro país, pudieran ver, como no puede por menos el policía de la calle, los estragos de la criminalidad sobre inocentes que reciben cuchilladas, tiros, golpes que son violentados, robados y asesinados. Este espectáculo les daría, no lo dudo, una visión distinta del crimen y de los malhechores, como a mí me ocurrió.

08/08/2009 21:42
EL APRENDIZAJE DEL MIEDO

De la misma manera que el crimen, el miedo perdió rápidamente su carácter impersonal y abstracto, para convertirse en una realidad cotidiana. Ese miedo se traducía en una opresión de las entrañas cuando, por ejemplo, me acercaba a un almacén donde se había puesto en marcha una señal de alarma silenciosa. Se traducía en una boca seca cuando, con nuestros faros azules y nuestra sirena, corríamos hacia los lugares que se nos había señalado mediante una “señal cero” (individuos armados y peligrosos). Por primera vez en mi vida hice el aprendizaje verdadero del miedo, tal como lo conoce cada policía. Día tras día el miedo me seguía, haciendo brotar un sudor frío en mis manos y llevando adrenalina a mis venas.

Recuerdo muy particularmente un aprendizaje dramático del miedo que hice poco después de mi entrada en la policía. Mi colega y yo estabamos haciendo una patrulla ordinaria un sábado por la tarde, en uno de los barrios bajos lleno de bares y de lugares de apuestas deportivas, cuando nos fijamos un joven estacionado en doble fila en medio de la calle. Me detuve cerca de él y le rogué educadamente que aparcara junto a la acera o que circulara. Empezó a gritar muy fuerte, con abundancia de juramentos, que no se movería de allí. Cuando bajamos de nuestro coche patrulla para acercarnos al hombre, una multitud turbia empezaba a reunirse, y el hombre gritaba que le estábamos fastidiando y pedía la ayuda de las personas presentes. En cuanto profesor de criminología, algunos meses antes yo hubiera insistido en que el policía, que era yo mismo, debía dejar simplemente el vehículo en doble fila e irse en lugar de correr el riesgo de provocar un incidente. Pero en cuanto policía, había llegado a comprender que un policía no debe nunca eludir su responsabilidad y debe aplicar la ley cueste lo que cueste. Cualquiera sean los riesgos que corres, cada policía comprende que entre la civilización y la ley de la selva solo la competencia del policía puede sostener la autoridad licita por él representada.

El hombre continuo injuriándonos y negándose con toda su energía a mover su vehículo. Al proceder a su detención y tratar de hacerle entrar en nuestro automóvil, un hombre y una mujer desconocidos salieron de la multitud, que no dejaba de aumentar, e intentaron liberarle. En el tumulto que siguió, una mujer histérica se destaco y trato de agarrar mi revólver de servicio, mientras que la multitud colérica empezaban a precipitarse sobre nosotros. En un instante dejé de ser el intelectual que mira desde lo alto de su torre de marfil cómo un policía comete excesos de celo en la calle: yo mismo participaba y combatía para seguir vivo y no ser herido. Me acuerdo del miedo que me atenazaba las entrañas mientras que trataba de alcanzar la radio de nuestro automóvil. Accioné simultáneamente una señal de alarma y el botón secreto que libera a nuestras armas de su soporte, en el momento en que mi colega trataba de guardar al prisionero y de mantener a la multitud a distancia por medio de su revolver.

Cual severamente hubiera juzgado, solo algunos meses antes, al policía que ahora empuñaba el revólver. Pase por detrás del vehículo, el arma en la mano, y grite a la multitud que se retirara. Pense de nuevo, en un instante, que siempre había sostenido el parecer de que los policías no debían llevar revólveres, a causa de su carácter de “arma ofensiva” y del peligro que su vista puede presentar para las relaciones con los habitantes. Ciertamente que cuando era profesor de criminología me hubiera apresurado a condenar al policía que ahora no era otro que yo mismo y que temblaba de terror y de inquietud y amenazaba con su arma a una multitud no armada. Pero las circunstancias que habían llegado a cambiar radicalmente mi punto de vista, pues ahora era mi vida y mi seguridad las que estaban en peligro, mi mujer, y mis hijos quienes llevarían el luto. No se trataba de “un policía “o del policía Smith, sino de mi George Kirkham. Se explica, pues, que sintiera despecho cuando el día siguiente por la tarde volví a ver en la calle al que había estado a punto de provocar un tumulto, riendo como si al acusarle de “resistencia a la autoridad con violencia “ hubiéramos querido gastarle una gran broma. Igual que mi colega, me invadió un sentimiento de cólera y decepción cuando poco después el mismo individuo pudo reconocerse culpable después de quedar reducida la acusación a “ alteración del orden publico”.
08/08/2009 21:42
DEFENSORES RUIDOSOS Y VICTIMAS SILENCIOSAS

Después de formar parte de los que se habían ocupado siempre mucho de los derechos de los delincuentes, empezaba ahora por primera vez a considerar la cuestión de los derechos de los policías. Ahora que vestía el uniforme de policía me parecía que los esfuerzos que hacía para proteger a la sociedad y velar por mi seguridad personal estaban amenazados por numerosas decisiones judiciales y por las medidas de indulgencia tomadas por la comisión de libertad bajo palabra que yo siempre había defendido con tenacidad. Yo, que había recibido una cierta instrucción, no podía decir por que cuestión que mis colegas se preguntaban los que matan y mutilan a policías (es decir, a hombres que tienen la alta misión de mantener la cohesión de la sociedad) son condenados tan a menudo a penas menores. Empezaba a cansarme de todos los esfuerzos que tenía que hacer para sujetarme a ciertas restricciones legales, cuando en el mismo momento los bandidos y los delincuentes no dejaban de burlar la ley en provecho propio. Me acuerdo de una tarde en que estaba en la calle leyendo a un revendedor de heroína lo que eran sus derechos, cuando de repente el individuo rompió a reír y termino de recitar de memoria la lección, sin alterar una palabra. Se le había informado sobre sus derechos con arreglo a la ley, pero ¿qué hacía el de los derechos de las víctimas de personas como él? Por vez primera empezaban a asaltarme preguntas de este tipo.

Habiendo sido educado en un hogar burgués y confortable y habiendo trabajado en los servicios penitenciarios nunca había conocido el tipo de miseria humana y de tragedia que forman parte de la vida cotidiana del policía. Ahora, visiones a menudo terribles, sonidos y olores que me habían salido al paso durante mi trabajo quedaban rondando mi imaginación mucho tiempo después de haberme quitado el uniforme azul y la insignia. Algunas noches, en la cama, era incapaz de conciliar el sueño, esforzándome vanamente por olvidar lo que había visto durante mí patrulla: los tugurios infectados de ratones que servían de viviendas a los menos afortunados que yo; un niño de diez años que moría en mis brazos después de haber sido atropellado por un automóvil; dos niños pequeños vestidos de harapos y hambrientos, jugando en un corredor sucio de orina; la víctima de un ataque a mano armada, salvajemente atacada y asesinada.

En mi nuevo papel de policía descubría que las víctimas eran algo más que estadísticas impersonales. Cuando era trabajador social de los servicios penitenciarios y profesor de criminología, apenas había pensado en quienes son las víctimas de los malhechores en nuestra sociedad. Ahora que veía tantas vidas irremediablemente rotas y destruidas por los autores de los crímenes, me obsesionaba la cuestión de la responsabilidad que incumbe a la sociedad de proteger a los hombres, las mujeres y los niños, “que son cada día víctima de esos malhechores.

Entre todos los casos trágicos que he visto en estos últimos seis meses hay uno que recuerdo muy particularmente. Se trataba de un anciano que vivía con su perro en mi inmueble de las afueras. Era un conductor de autobús retirado, que había perdido a su esposa hacía mucho tiempo. Al cabo de algún tiempo, me había hecho amigo del viejo y dé su perro. En general, les encontraba en la esquina de la calle cuando me dirigía al trabajo. Solíamos cambiar algunas palabras, y a veces me acompañaba un rato. Ambos tenían una regularidad cronométrica: cada tarde, hacia las 7, el anciano iba al mismo pequeño restaurante no lejos de allí para cenar, mientras que el perro esperaba pacientemente fuera.

Una noche, mi colega y yo acudimos a una llamada que se nos hizo por agresión a mano armada cerca de mi inmueble. Me dio un vuelco el corazón cuando al acercarme vi al pobre viejo en medio de un corro congregado en la acera. Estaba tendido de espaldas, en medio de un gran charco de sangre, y trataba de levantarse apoyándose en un codo. Tenía una mano en el pecho, donde habla recibido una herida de bala y me dijo, respirando penosamente, que tres jóvenes le habían detenido y le habían pedido su dinero, Habiéndose apoderado de su cartera y después de ver que habla poco dinero, habían disparado sobre él y le hablan dejado en la calle. Como policía, yo no podía contener mi indignación por la crueldad y la gratuidad de actos de este tipo, así como por la alevosía de aquellos gamberros cínicos que podían atacar con impunidad a ciudadanos inocentes.