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La inviabilidad del neoliberalismo en las democracias europeas actuales

23/10/2014 - PorticoLegal
Areas Legales: Constitucional
La inviabilidad del neoliberalismo en las democracias europeas actuales


Por Francisco de la Hoz Rodríguez. Doctor en derecho. Licenciado en ciencias políticas

Una ideología política es un conjunto relativamente coherente de ideas que puedan proporcionar algún tipo de fundamentación a la actividad política. A su vez, las ideologías desempeñan una serie de funciones de explicación y evaluación de las condiciones sociales de los individuos, así como ayudarles a conocer su posicionamiento en la sociedad y proporcionarles algún tipo de programa de acción política y social. Por tanto, están íntimamente ligadas a la vida política y su práctica, expresando las diferentes concepciones de la persona, su naturaleza y la división social, pero de cualquier forma tienden a generar muchas sombras al respecto de su materialización práctica, pues esta lleva un grado de difusión manifiesta que puede conllevar que teoría y práctica no tengan más que unas mínimas coincidencias.1

Puede considerarse que desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX las ideologías contrapuestas tuvieron su mayor fase de desarrollo y conflicto (aunque su origen es anterior en la mayoría de supuestos concretos), todo lo cual confluyó en las dos Guerras Mundiales, aunque muchos historiadores consideran que debe hablarse de un único conflicto en dos fases, y en la Guerra Fría.

A partir de la crisis del petróleo, se rompe el consenso existente sobre el modelo de Estado de bienestar con componente intervencionista. Las democracias parecen ingobernables a causa de los gastos que supone el mantenimiento de su intervención social.2

Así, tras la caída del Muro de Berlín en diciembre de 1989, Francis Fukuyama dictaminó que cualquier evolución de las formas políticas había llegado a su fin, pues la única opción razonable era la de la democracia liberal occidental, descartando cualquier posible alternativa, de tal forma que este modelo tiene validez universal, y dada la inutilidad de la discusión sobre los modelos políticos, las personas deberían consagrarse únicamente a su actividad económica, olvidándose de cualquier preocupación sobre la democracia y sus distintas formas.3 Cualquier conflicto ideológico habrá finalizado, con la derrota del comunismo y otros rivales del liberalismo frente a este, que se convierte en el único camino a seguir, y cuyo modelo tiene una especie de “atractivo universal”. Cualquier debate de ideas se debería enmarcar dentro de las diferentes corrientes liberales,4 mientras deviene imposible cualquier convergencia con otros postulados políticos; el triunfo de Occidente implica “el total agotamiento de sistemáticas alternativas viables al liberalismo occidental”.5 El simplismo de este punto de vista se observa dado que considera al liberalismo y al socialismo como ideologías únicas; no existe término medio entre ambas.6

Diez años después se reafirmaba en sus planteamientos, manteniéndose en un análisis de la Historia “direccional, progresivo, y que culmina con el Estado Liberal”, dejando al margen situaciones concretas que se produjeron en ese intervalo temporal, especialmente en Asia y en Rusia.7 Cabe destacar, a tenor del pensamiento de Fukuyama, como no hay nada más eficaz para proclamar la vigencia de una ideología el postularse como la superviviente ante la desaparición de las restantes, más aún considerando que la vigencia del neoliberalismo se fundamenta más en una contundencia de medios que en la presunta validez científica universal que pretende este autor.

Los orígenes del liberalismo económico clásico se hallan en la Inglaterra (y Escocia) del siglo XVIII. Se considera fundador a Adam Smith (1973-1790), y posteriormente adquirieron relevancia Davis Ricardo, Bentham, Torrens, James Mill, McCulloch, Nassau Senior o John Stuart Mill. La base del pensamiento radica en la concepción de la saciedad como ámbito de actividades y relaciones que se desenvuelven espontáneamente, sin la actuación de una autoridad política superior y exterior. La sociedad habrá de regularse a sí misma, con suma importancia del principio de división del trabajo y del interés personal, con un altísimo grado de libertad individual. El intercambio libre provoca justicia en la distribución de la riqueza, lo cual acaba repercutiendo en el conjunto de la ciudadanía.8

Ricardo sostenía que los planteamientos de la competencia económica también debían ser asimilados por las clases más pobres de tal forma que debían practicar ciertas virtudes, como la prudencia y la autodisciplina, postulándose en contra de las leyes de la pobreza vigentes en aquel momento en Gran Bretaña.

Engarza el liberalismo clásico con los postulados utilitaristas de Bentham o James Mill, basados en que la gente ha de buscar su mayor felicidad, criterio por el cual se juzgará cualquier comportamiento; a partir de aquí, cabe plantearse si la libertad ha de ir de la mano de el criterio de “mayor felicidad posible”.

La distinción entre liberalismo económico y liberalismo político tiene un componente de artificialidad, en cuanto como doctrina unitaria resulta más sencillo aceptar (incluso por quienes no se consideran liberales) los elementos estrictamente políticos,9 mientras que los matices estrictamente económicos han sido utilizados de forma subrepticia por determinadas corrientes, deviniendo una cierta radicalización, como en las propias neoliberales.

En la otra vertiente del liberalismo se entronca el “liberalismo radical”, corriente con unos marcados elementos igualitaristas. Es un concepto escurridizo, pues a primera vista puede resultar cercano a las posturas del neoliberalismo, cuando realmente se halla en el extremo opuesto, en cuanto cree en una abolición de la pobreza, que ha de ser el objetivo primordial del buen gobierno. Ésta no es un mal natural, pues es consecuencia directa de una mala gestión gubernamental y ha de eliminarse desde la acción política. Por tanto, cree el liberalismo radical en un papel preponderante del Estado en la vida de los individuos y en la regulación legal de la sociedad, lo cual para algunos resulta una traición a los principios liberales.10 El modelo que propugna este tipo de liberalismo tiene marcados puntos de coincidencia con la ideología socialdemócrata.

Al otro extremo del espectro derecha-izquierda (desde un punto de vista más económico que político y siempre dentro de la ideología liberal) se haya la corriente del neoliberalismo. Refleja la reacción conservadora provocada básicamente por la crisis del petróleo (1973), que supuso la toma de conciencia sobre el carácter agotable de las materias primas y los recursos energéticos, aunque también influyó en su dinámica inicial la decisión de Richard Nixon de eliminar la convertibilidad del dólar en oro. Las democracias del momento no fueron capaces de enfrentarse a estos problemas, lo cual vino acrecentado por la ausencia de una instancia superior de gobernabilidad para gestionar la citada situación de crisis, quebrando así muchas iniciativas socialdemócratas y liberales moderadas, incapaces de dar una respuesta adecuada, en cuanto que mantener el modelo vigente tenían que “seguir corriendo permanentemente para poder permanecer en el mismo sitio”.11

Una de las características del neoliberalismo en su fase histórica inicial es la afirmación hegemónica del capital sobre la política, con una minimización del papel de la Administración Estatal. Así, las diferentes naciones tuvieron que realizar un proceso de adaptación a las circunstancias existentes.12

La vida económica ha de limitarse exclusivamente a la iniciativa individual, con libre mercado y Estado “mínimo”; este mercado se expande a todas las facetas vitales. Pese a lo indicado sobre el Estado, el gobierno ha de ser fuerte para garantizar así los objetivos y ser capaz de aplicar la ley y el orden.13

Por otra parte, el neoliberalismo tiene una actitud ambigua ante el concepto de “Estado”, en cuanto considera que este ha de ser fuerte para contrarrestar un posible “exceso de democracia”, pero a su vez desconfía por completo de su intervencionismo en asuntos relativos a la propiedad privada, la familia o el derecho a la herencia, en los que la postura de esta corriente es abiertamente conservadora.14

Pueden señalarse una serie de autores relevantes en la ideología neoliberal. Hayek criticaba cualquier intervención estatal en la vida de los individuos y en la economía, por lo cual era necesario limitarlo al máximo. Cualquier planificación económica acabará llevando irreversiblemente al totalitarismo; el mercado ha de funcionar sólo gracias a la “mano invisible”. También considera como la democracia está siempre supeditada a la libertad económica, siendo más relevante que esta la igualdad formal.15

Únicamente el mercado puede regular correctamente los intercambios económicos, aunque pueda tener imperfecciones. Cualquier intento de planificación de la sociedad será arbitrario y opresivo, sólo la propia persona puede fijarse sus propios fines.16 Su pensamiento tiene un marcado carácter conservador, y suelen señalarse ciertas analogías con el pensamiento anarquista de extrema izquierda, con el que coincide en varios puntos.

Llega a destacar como existe una cierta contradicción entre las diferentes corrientes liberales, acerca de la reivindicación de la libertad, pues puede ocultar la divergencia de que la propia libertad no se someta a limitación alguna, lo cual no encaja con la existencia de un marco legal.17

Nozick no es tan marcadamente conservador, en cuanto considera que la función del Estado ha de ser siempre subsidiaria y subordinada, condenando su intervención a una “mínima expresión”,18 siendo necesario preservar valores como la libertad económica, la libertad de expresión o el modo de vida propio.19 El objetivo del Estado es garantizar un sistema de transacciones, garantizando el cumplimiento de los contratos, realizando la función policial y creando un sistema que solucione los conflictos legales, creando un marco regulador en el cual las personas puedan desarrollar sus planteamientos conforme a su propia consideración íntima de lo que está bien.

Cabe destacar como características de la ideología neoliberal la desregulación del comercio y las finanzas, a niveles tanto nacional como internacional, privatización de los servicios sociales, lo cual conlleva la disminución de los gastos estatales respectivos, disminución del poder de los sindicatos, proliferación de los trabajos temporales frente a los fijos, una lucha encarnizada entre las grandes empresas y organizaciones, o el introducir principios de mercado en el interior de las grandes empresas. El Estado tiende a ceder la regulación de las condiciones macroeconómicas, especialmente en lo que respecta a las laborales. Cualquier pretensión igualitarista desde el Estado no sólo se considera inconveniente; también se considera ilegítima.20 En cualquier caso cabe considerar que no existe una ideología neoliberal pura en la que converjan por completo todas estas características, en cuanto es un concepto que se puede calificar como “asintético”.21

Cabe así analizar el neoliberalismo desde el punto de vista del individualismo, en cuanto parte de la premisa básica de que lo obtenido por un sujeto redunda básicamente en su único beneficio; desde la negación de la actividad de redistribución económica por parte del Estado, que ha de procurar unos servicios “mínimos” y abstenerse por completo de la regulación de la economía, y por un elevado grado de eficacia, en cuanto sostiene que es la alternativa que produce un mayor grado de riqueza. Pero todo esto deja multitud de interrogantes abiertos.

En primer lugar, en lo relativo al individualismo, esta corriente deja al margen por completo cualquier grado de igualdad, en pos del valor de la libertad. Tal vez podría ser razonable aclarar la contraposición entre ambos principios, probablemente enfrentados entre diferentes ideologías de manera subrepticia, entendidos como polos contrapuestos; quizá la cuestión haya de observarse desde otro prisma.

Planteamientos políticos recientes tienden a ver la igualdad desde una perspectiva radicalmente simplista, en cuanto lo limitan a la igualdad de género, lo cual puede considerarse como una cuestión relevante y un objetivo a alcanzar, pero han olvidado por completo la verdadera esencia y sentido de este principio, no tanto planteado como tratamientos iguales a todas las situaciones, sino como alcanzar, en el mayor grado posible, la igualdad de oportunidades.

A su vez, es un error concebir el principio de libertad como “posibilidad de irnos a vivir todos debajo de un puente si lo deseamos”. Probablemente la libertad se pueda considerar como principio supremo en las democracias actuales, pero concebida como fin, pues plantarla como un “todo” o como un “medio” puede llevar a resultados desastrosos.

¿Sería viable cambiar la perspectiva de estos dos principios y no entenderlos de forma contrapuesta, rehuyendo de cualquier planteamiento maniqueo? Supondría entender la igualdad (entendida como igualdad de oportunidades) como medio o premisa básica para que todos podamos realizar nuestras expectativas vitales de la mejor forma posible, dentro de las posibilidades que ofrecen las democracias actuales y en un marco de legalidad.

El planteamiento de dejar funcionar el mercado por sí mismo, sin ningún grado de intervencionismo estatal, puede también volverse en contra. Una sociedad que no procura ningún tipo de bienestar a la mayor parte de sus ciudadanos puede provocar un elevado descontento en estos. En el otro extremo, tampoco parece razonable una excesiva protección, en cuanto conlleva un excesivo conformismo.

Al respecto de esto, cabe señalar que las socialdemocracias del Norte y del centro de Europa, que son un razonable modelo de funcionamiento, no parece viable una trasposición tal cual a países de otro tipo de cultura, básicamente los mediterráneos, fundamentalmente porque en estos países hay una mayor riqueza a repartir entre un menor número de individuos, y porque estos países tienen esta cultura colectiva implícita, existiendo en ellos una tendencia mucho menor a tratar de defraudar la norma, por respeto a la convivencia y a los derechos de la totalidad.

Seguramente sí pueda considerarse más que razonable intervención del Estado en cuestiones económicas, pero centrada básicamente en situaciones de necesidad, en las cuales una persona puede caer en riesgo de exclusión social, y en los pilares que precisamente pueden volverse esenciales de cara a la igualdad de oportunidades y al funcionamiento del Estado, como pueden ser educación, sanidad o dependencia, que probablemente deban considerarse más una inversión que un gasto, además de fomentar una cierta justicia por producirse algún tipo de redistribución de la riqueza.

En cuanto a la negación del papel del Estado en la economía (el gobierno que mejor gobierna es el que menos gobierna), parece tener cierto sentido en un país en el que sus precursores iniciaron un largo camino de conquista, independientemente del factor individualista de la religión que procesaban, en el cual si les sucedía algo en el trayecto era problema suyo, pero todo lo que obtuvieran de ganancia era para ellos, con un marcado componente de ruptura y de riesgo.22 Los Estados europeos tienen una tradición muy distinta, especialmente en lo relativo a la Europa continental, heredera de la Revolución Francesa con sus postulados de igualdad de los ciudadanos.

Es más, muchas veces existe una tendencia por parte de los políticos que presumen de liberales (cuando les viene mucho mejor la etiqueta de neoliberales), a hablar de estos temas con excesiva ligereza, dando la sensación que el único sentido de tener una Administración es tener una serie de asesores al servicio de los cargos políticos, de tal forma que el Estado no ha de prestar prácticamente ningún tipo de servicio a la ciudadanía, lo cual además provoca un elitismo superficial y una absoluta separación entre la clase dirigente y los ciudadanos.

Uno de los argumentos a favor de las posturas neoliberales, en cuanto a la mayor eficiencia del sector público, en cuanto las necesidades han de ser resueltos por el propio patrimonio de cada ciudadano es completamente falso. No tienen porqué coincidir los intereses de los gestores con los de la propia sociedad, lo cual puede conllevar corrupción, despilfarro y aumentar la brecha entre la clase política y el resto de la sociedad. Los gestores bien pueden utilizar para sus propios fines recursos que en absoluto les pertenecen, aumentando a su vez la proliferación del fraude fiscal y la complejidad de los circuitos de inversión. Todo esto puede también dificultar conocer las auténticas intenciones de los actos que han de realizar los administradores públicos, difuminándose a su vez las responsabilidades.23

Es irreal por completo la propuesta neoliberal de no mantenimiento de los gastos de protección social. Al prescindir de las protecciones públicas no desaparecen las necesidades vitales. Si esto se argumenta por la incapacidad financiera, se ha de asumir algún tipo de obligación mediante otra forma, como puede ser la caridad24 (además puede conllevar la explotación de las zonas geográficas que quedan fuera del modelo),25 esto dicho frente al argumento de la presunta eficacia del postulado neoliberal.

No parece viable mantener un planteamiento basado en una falsa ineficacia cuando está además comprobado que no tiene cabida en otra cultura más en el que lo vio nacer. El predominio de una libertad “absoluta” es falaz; es más, produce consecuencias claramente anti-igualitarias que se acaban revirtiendo sobre lo que es la propia libertad, además de injustas. Determinados argumentos, como los de Fukuyama, el tiempo los está evaluando como interesados y simplistas. La realidad de la sociedad, la vida política y sus evoluciones se está demostrando mucho más compleja que sus ensayos.

1 RIVERO, A., “Liberalismo Conservador (de Burke a Nozick)”, en Ideologías y Movimientos Políticos Contemporáneos, Madrid, Tecnos, 2006, p. 47-48.

2 PASTOR, J., “Neoliberalismo y Neoconservadurismo”, en Fundamentos de Ciencia Política, Madrid, UNED, 1999, p. 447.

3 GARCÍA PICAZO, P., Teoría Breve de las Relaciones Internacionales, Madrid, Tecnos, 2006, p. 210-211.

4  HELD, D., Modelos de Democracia, Madrid, Alianza Editorial, 2006, traducción de María Hernández Díaz, p. 315-321.

5  FUKUYAMA, F., “El Fin de la Historia”, p. 3.

6  MARTÍN SECO, J. F., La Farsa Neoliberal, Madrid, Ensayo, 1995, p. 98.

7 FUKUYAMA, F., “Pensando sobre el Fin de la Historia Diez Años después”, p. 1.

8 ABELLÁN, J., “Liberalismo Clásico, de Locke a Constant”, en Ideologías y Movimientos Políticos Contemporáneos, p. 18-19.

9 MARTÍN MARTÍN, V., El Liberalismo Económico, Madrid, Editorial Síntesis, 2010, p. 13-15.

10 RIVERO, A., “Liberalismo Radical (de Paine a Rawls)”, en Ideologías y Movimientos Políticos Contemporáneos, p. 75-76.

11 VALLESPÍN, F., “Globalización y Política: la Crisis del Estado”, en Teoría Política: Poder, Moral, Democracia, Madrid, Alianza, 1999, p. 416.

12 GUERRA, Mª J. y ORTEGA, C., “Introducción. Contra el Discurso Neoliberal de lo Inevitable: la Necesidad de otra Política”, en Globalización y Neoliberalismo: un Futuro Inevitable, Oviedo, Nobel, 2002, p. 15-16.

13 HELD, D., Modelos de Democracia, Madrid, Alianza, 2006, traducción de María Hernández, p. 289.

14 PASTOR, J., op. cit., p. 452.

15 PASTOR, J., op. cit., p. 449.

16 HELD D., op. cit., p. 293.

17 VON HAYEK, F., Principios de un Orden Social Liberal, Madrid, Unión Editorial, 2010, p. 75, edición y prólogo de Paloma de la Nuez.

18 RIVERO, A., “Liberalismo Conservador (de Burke a Nozick)”, op. cit., p. 60-61.

19  PASTOR, J., op. cit., p. 450.

20 REQUEJO, F., “Las Democracias Liberales. Una Síntesis Histórica de Lógicas Contrapuestas”, en Fundamentos de Ciencia Política, Madrid, UNED, 1999, p. 397.

21  MARTÍN SECO, J. F., op. cit., p. 20.

22 KERBO, H., Estratificación Social y Desigualdad, Madrid, McGraw-Hill, 2004, traducción de María Teresa Casado, p. 252.

23 MARTÍN SECO, J. F., op. cit., p. 131-133.

24 MARTÍN SECO, J. F., op. cit., p. 235.

25  ORTEGA CRUZ, C., “Tres Versiones de la Globalización Neoliberal y un Solo Dios Verdadero”, en Globalización y Neoliberalismo: ¿Un Futuro Inevitable?, Oviedo, Nobel, 2002, p. 167.