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Algunas consideraciones sobre el voto el blanco como expresión del descontento

26/05/2014 - PorticoLegal
Areas Legales: Constitucional
Algunas consideraciones sobre el voto el blanco como expresión del descontento


La idea de la democracia representativa gira fundamentalmente sobre la idea de la votación, mediante la cual los electores eligen a una serie de representantes que han de defender (al menos en teoría) los intereses del conjunto de la nación en su totalidad. Independientemente de otros comportamientos que puedan implicar rechazo a la política, existen actitudes dentro de los comportamientos electorales propiamente dichos que conllevan un cierto grado de afección o de desafección.



Estos comportamientos de rechazo pueden ser más o menos radicales, y en principio relativamente impermeables a la acción de la propaganda electoral, así como menos expuestos al debate político. Así, existen votos de protesta, rechazo, apatía, o el mero hecho de no querer participar de forma alguna en la elección de representantes, los cuales pueden ser puntuales o globales, e incluso implicar algún tipo de rechazo a cualquier forma de autoridad o de identidad social.1 Las formas de comportamiento no susceptibles de ser calificadas como de violencia política, sino como comportamiento político no convencional tuvieron su origen en los años 70, y a día de hoy parecen aceptadas por la mayor parte de la sociedad.2



Uno de estos comportamientos de rechazo es la creación de partidos políticos que no tratan verdaderamente de llegar al poder, sino que su objetivo principal consiste en la ridiculización de la actividad política, como por ejemplo el “Partido Rinoceronte” en Canadá, o el “Partido de los Monstruos Lunáticos”, en Gran Bretaña.3 Últimamente también han proliferado partidos basados en algún componente humorístico o estrafalario (aunque con un componente de rechazo menor), llegando alguno incluso a conseguir representación parlamentaria.



El abstencionismo electoral (ausencia de voto) puede considerarse un elemento de rechazo a la política, aunque también puede enfocarse desde la mera apatía o desmotivación. A menudo se señala que el fenómeno de la participación se encuentra en crisis, especialmente orientado hacia un aumento de las críticas a las instituciones y actores políticos.4



Suele causar el abstencionismo un cierto impacto de deslegitimación sobre los procesos decisorios o de elección de representantes, por lo cual una elevada tasa puede provocar un cierto grado de preocupación entre los actores políticos, esencialmente los propios partidos. Sin embargo, caben otros factores además del citado de falta de legitimación (cuyo máxima expresión es la existencia de desmovilización anti sistema o contraria a la política), como una expresión de un cierto grado de confianza implícita en el sistema político, en cuanto se transfiere la propia responsabilidad a los agentes, lo cual es propio de la cultura anglosajona o de países como Suiza, en los que existe una notable estabilidad,5 o también en cuanto expresión de auto marginación, especialmente en lo relativo a determinados sectores sociales auto excluidos o no relevantes políticamente, en cuanto que en la práctica suponen un número de votos poco significativo.



En lo relacionado con una cierta confianza implícita en el sistema, en España tradicionalmente se ha destacado la caracterización de los españoles hacia la política como cinismo democrático, en cuanto han coexistido un sentimiento de alto apoyo al sistema, y un nivel bajo de evaluación, eficacia y participación, lo cual ha derivado en una cierta pasividad,6 aunque en las últimas fechas se han notado notables alteraciones en este comportamiento, que pese a seguir siendo moderado se han dado manifiestas muestras de descontento en un elevado porcentaje de la ciudadanía.



En toda convocatoria electoral existe un porcentaje de “abstencionismo técnico o forzoso”, por cuestiones relativas a fuerza mayor, aunque también cabría incluir aquí a los errores censales. Este tipo es, en cierta manera, inevitable. Sin embargo hay otros dos tipos de abstencionismo más significativos, que son el “estructural”, que se vincula a las características de las diferentes estructuras y sociales, y el “coyuntural”, específico de cada tipo de elección, que puede deberse, a su vez, a muy distintas causas, que pueden ser: de resignación ante la imposibilidad de cambio ante la situación política; de perplejidad del elector, que es incapaz de decidir entre las diversas opciones de voto; partidista, en cuanto el elector no vota a su propio partido en cuanto prefiere otras tendencias o familias dentro de éste; de polarización, dado que el elector no sigue las instrucciones de su partido para emitir un voto coyuntural a otro distinto (por ejemplo en elecciones con dos vueltas); o de consigna, en el cual el votante sigue las instrucciones de su partido para no participar en las elecciones.7 Todo el abstencionismo no “forzoso” o “técnico” es susceptible de considerarse como “activo” o “político”, en cuanto implica algún tipo de posicionamiento.



El abstencionismo es complicado de analizar desde el punto de vista de la legitimación, pues puede deberse a muy diferentes causas, y no parece la forma ideal de expresar el descontento ante la situación política, precisamente debido al hecho de las diferentes interpretaciones que pueden realizarse desde los partidos políticos, en gran parte por el hecho de que la intencionalidad de la abstención no es precisamente clara. Parece así más razonable la observación del abstencionismo desde un prisma de apatía en el sufragio pasivo (incluso como estrategia práctica del votante en alguna situación concreta), siendo seguramente más recomendable que el elector exprese su desafección al sistema político por otras vías alternativas.



En el caso concreto de España, los niveles de participación han sido tradicionalmente bajos en comparación con el entorno más próximo, especialmente en lo que respecta a las elecciones no presidenciales, es decir, las europeas, las municipales, y en menor medida las autonómicas. El mayor nivel de participación se dio en las elecciones generales de 1977, seguidas de las que provocaron la alternancia política,8 lo cual induce aún más que el abstencionismo refleja fundamentalmente apatía más que sentimientos contrarios a la política, en cuanto elevados porcentajes de población sí votan cuando quieren cambiar la situación, y no se movilizan cuando no lo consideran necesario. A este análisis contribuye la característica, anteriormente destacada, de “moderación” propia del comportamiento electoral que ha caracterizado a la ciudadanía española.9





Por otra parte, puede considerarse como también como comportamiento de desafección el votar a un partido minoritario con el cual el votante carece de vínculo ideológico. Este fenómeno es excesivamente complicado de analizar, pues puede ser susceptible de infinitud de interpretaciones diferentes y posee a su vez excesivos matices.



En cualquier caso, es necesario tener en consideración, de cara a estos análisis, el hecho de que aunque un voto individual no sea significativo en el escrutinio (sólo de forma infinitesimal), cumple la función de libertad de representación y decisión personal, sin la cual las democracias actuales carecerían de sentido.10



Otra forma de comportamiento de rechazo plasmada en la votación puede ser la del denominado “voto nulo”, consistente en una deficiente realización de la acción del voto, que puede ser voluntaria esta realización o no. Puede consistir en la introducción de una papeleta no oficial, en incluir más de una papeleta para un determinado cargo, introducir ésta rota o con enmiendas o tachaduras, o meter algún elemento extraño. La consecuencia directa de la emisión del voto nulo es la anulación del mismo (aunque sí tiene valor estadístico).



Tradicionalmente el voto nulo ha sido utilizado por partidos o actores como expresión de descontento o de rechazo explícito al sistema político, conllevando resentimiento hacia los gobernantes, y parece poseer un mayor sentido como protesta si se realiza de forma mayoritaria por un elevado número de electores. Como acción individual no parece tener excesivo sentido, más aún existiendo otro tipo de alternativas, como el voto a un partido minoritario o el voto en blanco. En cualquier caso, tiene una mayor proliferación en países en los que el voto es obligatorio.



Mientras, el voto en blanco podría considerarse en la frontera entre un comportamiento de rechazo u otro de implicación en la mejora de la higiene democrática. El voto en blanco se materializa con la introducción de un sobre electoral sin papeleta alguna, aunque pueden permitirse otras fórmulas, como por ejemplo la existencia de una casilla específica para este tipo de voto. De esta forma se señala de forma clara y expresa que el voto no corresponde a ninguna de las candidaturas presentadas.



Sin embargo, el voto en blanco también es susceptible de diferentes interpretaciones; hay quien lo considera voto de protesta, mientras otros creen que el rechazo viene representado por el voto nulo. También cabe considerarlo como indicador de apatía, aunque para esto también parece más propio la vinculación al abstencionismo. Cabría considerarlo como un voto de descontento ante la situación política, bien al sistema en general, o a las opciones electorales en particular, mezclándolo con una cierta intención de compromiso con el propio sistema que se quiere cambiar.



Aunque no tengan influencia directa en la elección de los representantes, sí son un importante termómetro de legitimidad del sistema. Hay quien no los considera un “verdadero voto”, y quien los califica como “abstencionismo activo”. En España ha surgido un movimiento político que se presenta a las elecciones para canalizar este voto y que así no se vean beneficiados los grandes partidos, prometiendo a su vez que no van a ocupar los escaños que puedan corresponderles, ni recibir contraprestación económica alguna que les pudiera corresponder legalmente.



Existe una creencia extendida de que el voto en blanco va a computar en la práctica al partido que gana las elecciones, y realmente no es así. Lo que sí es cierto es que el voto en blanco tiende a beneficiar a los partidos mayoritarios, a causa de la fórmula electoral (sistema D´Hondt, que no tiene un funcionamiento neutral), y fundamentalmente, a la existencia de una barrera electoral, por la cual es necesario un porcentaje mínimo de votos, que puede ser un 3% o un 5%, según las elecciones de las que se trate. Puede darse como definición de la barrera electoral como “porcentaje mínimo de votos que necesita obtener un partido en una circunscripción para ganar su primer representante bajo las condiciones más favorables”.11 Los que la defienden argumentan como la barrera evita una excesiva fragmentación del sistema de partidos.12



Es necesario matizar que cuando se habla de a quién beneficia el voto en blanco no se refiere tanto a un voto individual, que como forma de expresión puede ser bastante adecuado para plasmar un cierto descontento y de importancia electoral ínfima, sino al conjunto de todos estos, que sí pueden tener un peso efectivo en el resultado de las votaciones, lo cual perjudica efectivamente a los partidos que obtienen un porcentaje pequeño de votos.



La barrera electoral ha de entenderse conjuntamente con la fórmula y el tamaño del distrito electoral, que en España es la provincia en las elecciones generales. Estas combinaciones han podido generar manipulaciones a lo largo de la historia para beneficiar a algún partido concreto.13



También ha de considerarse la barrera, la fórmula electoral y el tamaño de la circunscripción con los conceptos de “gobernabilidad” y “proporcionalidad”. El primero se refiere a la composición del sistema de cara a la posibilidad de conseguir mayorías estables, de tal forma que se fomente las facilidades para que el gobierno pueda tomar decisiones por sí mismo. El segundo concepto se refiere a que el número de representantes conseguidos por una formación en una contienda electoral esté en proporción al número de votos obtenidos. El sistema español prima claramente la gobernabilidad, por la fórmula electoral, el distrito electoral pequeño (la provincia), la existencia de la barrera electoral y el tamaño de la Asamblea, que podría en España ser fácilmente superado (350 congresistas, cuando el máximo constitucional es de 400).



Si bien se puede considerar que en el sistema democrático surgido tras la dictadura era conveniente conseguir mayorías estables, por lo cual tenía su sentido establecer estos condicionantes que fomentaran la gobernabilidad, las circunstancias actuales parecen requerir algún tipo de modificación, pues todo parece encaminado, más que para una mayor estabilidad gubernamental, para mantener el status quo imperante.



Así, la configuración del voto en blanco tiende a beneficiar a los partidos más votados. Sería recomendable cambiar la regulación de este voto, pues en cualquier caso va a salir ganando el partido que supera claramente la barrera legal, por lo cual para un cómputo idóneo habría que reducir o suprimir esta, siendo beneficioso también el cambiar la Ley D´Hondt por una fórmula más proporcional, así como el aumentar el tamaño de los distritos, especialmente en lo que se refiere a las elecciones generales.



Si se acepta el voto en blanco como forma más apropiada de expresar el descontento ante el funcionamiento del sistema, en cuanto se participa para manifestarlo dentro de los propios cauces establecidos legalmente, y no supone una “enmienda a la totalidad”, a este sino que es una forma de expresar descontento hacia su operatividad, el bipartidismo, que se quieren cambiar las reglas de juego (participando en éste), o que ninguna de las opciones que se presenta a las elecciones convence al votante, puede considerarse contraproducente que los grandes beneficiados sean los partidos mayoritarios; seguramente esto no sea en absoluto casual.



Así mismo, si se considera el voto como forma de expresión individual, resultan contraproducentes determinadas actitudes que tratan al elector como ignorante, de tal forma que se le trata de orientar al llamado “voto útil”, cuando se trata de un descomunal ejercicio de libertad de la persona, que independientemente de poder ejercer su derecho como considere puede expresar su conveniencia o ideología por medio del voto, no tratar de que gane uno u otro partido mayoritario. A esto corrobora lo indicado anteriormente del valor infinitesimal del voto individual.



Esta postura mediática que trata de favorecer el voto útil y el bipartidismo pone claramente de manifiesto un sistema político claramente orientado hacia los partidos, no hacia la ciudadanía ni a los postulados democráticos que no conciben la democracia únicamente como el ejercicio del voto cada tiempo determinado.



Muchas veces se trata de argumentar que lo relevante en la democracia es el ejercicio del voto, y la democracia es algo mucho más complejo que eso. Implica respeto al sistema legal, a los derechos individuales, y engloba otros parámetros como puede ser la participación.



Tiene sentido plantearse que para tomar una serie de decisiones que es inviable que tomemos entre todos elijamos una serie de representantes, pero carece de sentido limitar la democracia únicamente a esa elección, así como no plantearse que los propios individuos sí pueden tener una capacidad de decisión mayor cuanto más cercanas sean a ellos las decisiones que se van a tomar, no enfocar la democracia exclusivamente desde la política nacional.



Otra opción que daría un tratamiento adecuado a este tipo de voto es que los votos en blanco efectivamente computasen, pero de tal forma que se considerara un partido, en la forma de la asociación electoral que suele presentarse a las elecciones, y los escaños correspondientes se quedaran sin asignación, y además no recibiría nadie la contraprestación económica establecida.



Así pues, puede considerarse el voto en blanco como un buen ejercicio de higiene democrática, pues se trata de cambiar el modelo pero participando en el mismo, y como la mejor forma de canalizar el descontento ante la situación política. Sin embargo, el tratamiento práctico que se le da a esta figura es manifiestamente deficiente, y es necesario un cambio, más aún considerando que su no modificación probablemente no sea para nada inocente ni fruto de la casualidad.





1 VANACLOCHA BELLVER, F. J., “Representación Política y Elecciones. El Liderazgo Político”, en Fundamentos de Ciencia Política, Madrid, Uned, 1997, p. 202.

2 CHÁVARRI, P., DELGADO SOTILLOS, I., y OÑATE, P. “Introducción. El Sistema Político y sus Elementos”, en Sistemas de Organización Política Contemporánea, Madrid, UNED, 2002, p. 37.

3 WARE, A., Partidos Políticos y Sistemas de Partidos, Madrid, Itsmo, 2004, p. 28.

4 URIARTE, E., Introducción a la Ciencia Política, Madrid, Tecnos, 2010, p. 222-223.

5 DELGADO SOTILLOS, I., y LÓPEZ NIETO, L., Comportamiento Político y Sociología Electoral, Madrid, UNED, 2008, p. 289.

6 ROMÁN MARUGAN, P., “La Socialización y la Cultura Políticas” en Fundamentos de Ciencia Política, Madrid, Uned, 1997, p. 271-272.

7 VANACLOCHA BELLVER, F. J., op. cit., p. 204-205.

8 DELGADO SOTILLOS, I., y LÓPEZ NIETO, L., op. cit., p. 293.

9 OÑATE, P., “El Sistema Político de España”, en Sistemas de Organización Política Contemporánea, Madrid, UNED, 2002, p. 276.

10 ABREU FERNÁNDEZ, V., “Actores Políticos”, en Fundamentos de Ciencia Política, Madrid, McGraw-Hill, 1997, p. 184.

11 DELGADO SOTILLOS, I., y LÓPEZ NIETO, L., op. cit., p. 165.

12 TORRENS, X., “Los Sistemas Electorales”, en Manual de Ciencia Política, Madrid, Tecnos, 2002, p. 358.

13 DELGADO SOTILLOS, I., y LÓPEZ NIETO, L., op. cit., p. 166-167.